Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedó sin madre llorando entre faroles sin
crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.
Sombríos machos de corbata negra sufrían rencorosos por
decreto y el órgano por Radio del Estado hizo durar a Dios un
mes o dos.
Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable para verla y los que maldecían por si acaso
no vayan esos cabecitas negras a bienaventurar a una
cualquiera.
Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado, rajado en serio. Huérfanos.
Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona El Líder, Democracia, La
Razón.
Y Antonio Tormo calla "amémonos".
Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte más muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas, visones ofrendados por el
pueblo, sandalias de oro, sedas virreinales, vacías, arrumbadas
en la noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando venganza en sótanos y con
picana.
Y el amor y el dolor que eran de veras gimiendo en el cordón de
la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos, Madrecita de los
Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lagrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro mientras te maquillaban y
enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas pero eso sí, solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre sin prever tu atroz
peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron esta leyenda, ni me la
robaron.
Días de julio del 52 ¿Qué importa donde estaba yo? II No
descanses en paz, alza los brazos no para el día del
renunciamiento sino para juntarte a las mujeres con tu bandera
redentora lavada en pólvora, resucitando.
No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres en
la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo
venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero ¿Quién va a tirarte la
última piedra? Quizás un día nos juntemos para invocar tu
insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras, las madres incesantes, las
rameras, las que te amaron, las que te maldijeron, las que
obedientes tiran hijos a la basura de la guerra, todas las que
ahora en el mundo fraternizan sublevándose contra la
aniquilación.
Cuando los buitres te dejen tranquila y huyas de las estampas y
el ultraje empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva, única reina que
tuvimos, loca que arrebató el poder a los soldados.
Cuando juntas las reas y las monjas y las violadas en los
teleteatros y las que callan pero no consienten arrebatemos la
liberación para no naufragar en espejitos ni bañarnos para los
ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá pasado en
limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana.
Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en
el candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo de
coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con
cañones.
Es este nuestro (mi único hermano y menor, Oscar d´O. y yo) cariñoso homenaje, a una de las grandes nuestras, que está en el Cielo y quien no querría que le digamos "Gracias Mª Elena!".
Está con el que "ya saben"... conversando de la hermosa realidad de la Utopía.
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